viernes, diciembre 30, 2005

Esperanzas para el 2006.

Está oscuro, pero yo canto
2005-12-30
Comenzamos el año 2005 con el impacto del tsunami que tuvo lugar en Asia después de la Navidad de 2004, que segó millares de vidas. Continuó con el tifón Katrina en el Sur de Estados Unidos, que destruyó Nueva Orleáns. Y culminó con el aterrador terremoto en Cachemira y Pakistán, que hizo llorar a la humanidad por la inmensa cantidad de víctimas inocentes.
En Brasil hemos asistido al vendaval de las Comisiones Parlamentarias de Investigación que han devastado el PT, Partido de los Trabajadores, y han devorado a sus principales dirigentes, envueltos en prácticas presumiblemente de corrupción política. La frustración y rabia han alcanzado a millones de personas, especialmente de entre los más pobres.
Va mal el mundo, va mal Brasil, va mal gran parte de la humanidad sufriente. ¿Qué podemos esperar todavía? ¿Cómo seguir adelante? ¿De qué fuente beber el sentido para el próximo año?
Nos atrevemos a decir, como el poeta Thiago de Mello, que en tiempos de represión tuvo el coraje inaudito de proclamar: «Está oscuro, pero yo canto».
¿Qué cantamos nosotros? No cantamos una sonriente realidad, ni un horizonte nuevo de esperanza. Cantamos en voz baja pequeñas señales de bondad que nos permiten todavía esperar y que no nos dejan sucumbir. Señales que según la Biblia impiden que Dios nos destruya totalmente.
Esas señales son la onda de solidaridad que irrumpió para ayudar a los millares de víctimas. Son aquellos centenares de «médicos sin fronteras» que se arriesgaron por los lugares más inhóspitos, para salvar vidas destrozadas. Y tantas otras señales. Pero hay una señal que ocurrió tiempos atrás, y que, para mí, mostró que todavía es posible otro tipo de humanidad generadora de familiaridad y de paz. Veamos.
Mazen Julani era un farmacéutico palestino, de 32 años, padre de tres hijos, que vivía en la parte árabe de Jerusalén. Cierto día, cuando estaba en un bar con los amigos, fue víctima de un disparo fatal venido de un colono judía. Era la expresión de venganza de un israelita a causa de un atentado de un grupo palestino ocurrido en aquel día, atentado que causó decenas de víctimas. El proyectil entró por el cuello y le dañó el cerebro. Llevado al hospital israelí, llegó ya muerto. El clan de los Julani, decidió allí mismo, en los pasillos del hospital, entregar todos los órganos del fallecido para trasplantes a enfermos que lo necesitaran. El jefe del clan aclaró que este gesto no tenía ninguna connotación política. Era un gesto estrictamente humanitario. Según la religión musulmana, decía, todos formamos una única familia y somos todos iguales, israelitas y palestinos. Poco importa a quién le sean trasplantados los órganos, que quedarán bien en alguno de nuestros hermanos israelitas. En efecto, en el israelita Ygal Cohen late ahora un corazón palestino.
La esposa de Mazen Julani no sabía cómo explicar a su hija de cuatro años la muerte del papá. Ella le dijo que su padre se fue de viaje y que a la vuelta le traerá un hermoso regalo. A los que estaban cerca les susurró entre lágrimas: de aquí a un tiempo yo y mis hijos vamos a visitar a Ygal Cohen en la parte israelita de Jerusalén porque él vive con el corazón de mi marido y del padre de mis hijos. Y auscultaremos los latidos de su corazón. Y eso será para nosotros un gran consuelo.
Son tales señales las que nos permiten mirar hacia 2006 con alguna esperanza. El canto iluminará todo la oscuridad por venir.


Leonardo Boff

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