Iba todo bien, pese a la improvisación del
coordinador de nuestro equipo de trabajo, habíamos salido más o menos bien
parados de nuestra exposición sobre trabajo en red, el día comenzaba bien, el
breake con te y pan con palta vino de perillas en una jornada fría y con visos
de lluvia. El almuerzo en la oficina fue la rutina de siempre con una compañera
mascullando asuntos de pega, nada entretenido. Mas tarde, a eso de las 15.30 estábamos,
mi compañera y yo, frente al grupo de profesores de la escuela en la que haría
una presentación sobre los últimos programas de prevención del consumo de
drogas, para estudiantes. Al parecer les resultó interesante escuchar sobre los
riesgos del consumo en adolescentes y la organización curricular para trabajar
la temática en el aula.
La tarde se fue rápidamente, a la salida
subir a un bus de acercamiento y de ahí al metro de vuelta a Villa Alemana,
corriendo a la reunión del equipo de campaña a nuestro candidato alcalde
revisando estrategias, salidas, actividades, problemas y posibilidades.
L a distracción del trabajo y la actividad
política hacen que me olvide de las deudas, del frío sin calefacción en este
invierno, de la tensión focalizada en la espalda que se desplaza hacia la
cabeza y molesta el sueño, de las deudas, de las malditas deudas, que activan
los fluidos gástricos que catalizan las ulceras que vuelven a avisar de su
presencia con ese dolorcillo punzante.
La vuelta a casa en vísperas de festivo promete,
a lo menso, una cerveza compartida para relajar el trajín y las preocupaciones
sin embargo la desgracia logra aterrizarme en la dura y penca realidad de estos
años negros, el derrame del vaso de cerveza sobre el notebook de mi esposa me
despierta de este día que, con todos sus bemoles, prometía terminar como un
buen día y que finalizó como la boca de un túnel en el que no se ve la luz de
salida.
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