sábado, octubre 22, 2005

Educación, Reforma a la Reforma.


Debido a mi trabajo en el Consejo Nacional para el Control de Estupefacientes me toca participar en actividades de capacitación a profesores, además soy profesor, esposo de una profesora, dirigente del centro de padres del colegio donde estudian mis tres hijos y, antes de todo eso, ciudadano preocupado de lo que pasa en mi país y sobre todo de lo que le acontece a los grupos más vulnerables, aquellos para quienes la educación es la única esperanza de mejorar su calidad de vida.
Convengamos que entre la multiplicidad de objetivos que el sistema educativo tiene hay dos que engloban el quehacer educativo, por una parte está uno formativo que incluye aspectos como la socialización, el desarrollo personal, la formación de ciudadanos y ciudadanas sujetos de derechos y deberes y, por otra parte, uno instruccional que hoy por hoy tiene la misión de poner a disposición de los estudiantes herramientas que les permitan acceder y procesar el conocimiento con el fin de aplicarlo para resolver problemas, responder preguntas vitales y crear un nuevo conocimiento para responder a nuevas cuestiones. Son tremendos objetivos estos dos que planteo y la tarea de lograrlos, no cada uno por separado, parece ser de la misma dimensión, tremenda, sin embargo no tenemos otra alternativa que caminar en la dirección que ellos nos señalan. Independientemente de escuelas públicas subvencionadas que tienen éxito en situaciones de pobreza y que avanzan en en la consecución e integración de los grandes objetivos de la educación, existen muchas otras que están desorientadas que van para cualquier parte o que, dramaticamente, sus profesores no ven un horizonte de esperanzas para los niños que tienen a cargo.
El dialogo con profesores de escuelas municipales y particulares subvencionadas de algunas comunas de la Quinta Región, a propósito del apoyo que la escuela tendría que darle a niños consumidores de drogas o utilizados como traficantes, en el que me vi involucrado hace algunos días, puso frente a mi a un auditorio de colegas desesperanzados, sin expectativas de logros para sus alumnos y, más aun, no dispuestos a mantener en sus aulas a niños afectados por el tema de las drogas ni por otras problemas que pudiesen alterar el desarrollo de las clases o ensuciar la imagen del establecimiento, en muchos de ellos operaba la lógica de "la manzana podrida" que debe ser eliminada del cajón porque contaminará al resto.
En el discurso de estos profesores se revela una realidad que acontece, diariamente, en nuestras escuelas municipales y particulares subvencionadas donde, con algunas excepciones, el tema de la calidad de la educación choca con la angustia de estos docentes que se ven superados por una realidad que no pueden abordar porque carecen de estrategias, metodologías y liderazgos pedagógicos para hacerlo. La inversión en edificios, mobiliario, equipamiento computacional, perfeccionamiento (en muchos casos poco pertinente y de baja calidad académica) no ha sido suficiente para mejorar, ni siquiera, los indicadores que tienen que ver con el dominio de conocimientos.
Despues de escuchar a mis colegas se me hace reiterativa la necesidad de mirar lo avanzado en la educación chilena en estos últimos 16 años para tomar en cuenta estas debilidades que nos saltan a la vista y al oido cotidianamente. Desde nuestro trabajo en la prevención de drogas es muy probale que tengamos que conversar mas con los profesores y diseñar respuestas prácticas que ayuden a superar la desesperanza de los docentes y la exclusión de los niños. Desde el Ministerio de Educación, los municipios, los sostenedores particulares, el Colegio de Profesores, la agrupaciones de padres y apoderados, debieran surgir iniciativas tendientes a iniciar un proceso de Reforma la Reforma Educacional.
El dialogo con mis colegas no fue solo pesimismo, en ellos mismos coexisten las ganas de tener éxitos en su trabajo y de apoyar a los niños con problemas y la frustración de sentirse sin medios para hacerlo, entre todos ellos una profesora alzó su voz para contar que al menos en ese grupo había un colegio que no expulsaba a los niños disfuncionales sino que, al revés, los buscaba para incorporarlos sin tener en cuenta la imagen o el mercado de la demanda educacional, el colegio al que pertenecía tenía un proyecto educativo operante, una misión clara y, algo que algunos profesores señalaron que sus colegios no tenían y que explicaba porque este era un colegio diferente, una espiritualidad.

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