domingo, diciembre 24, 2006

Navidad.

domingo, 24 de diciembre de 2006
Sao Paulo – Hubo un tiempo en que la Navidad era la celebración del cumpleaños de un niño nacido hace ya dos mil años, en que cristianos alrededor del planeta creían que era el hijo de Dios. Era un tiempo en que el mundo nos pertenecía por completo y nuestra manera de conmemorar era armando un pesebre en el mejor lugar de la casa. El resultado era un prodigio de licencias poéticas. El niño Jesús era más grande que el toro, las casitas incrustadas en las colinas de papel maché eran mas grandes que la Virgen. Había un trencito de plástico en el bucólico paisaje de Belén, un osito de peluche pegado a una rama de un árbol, y un guardia de tránsito dirigiendo un rebaño de ovejas por las calles de Jerusalén. Sobre todo eso había una estrella de papel dorado, que indicaba a los Reyes Magos el camino de la salvación. Era como de los grupos teatrales itinerantes, destartalados, pero se parecía a nosotros. Los juguetes que recibíamos, eran trompos, caballitos, pelotas de medias y muñecos de paño, y creíamos que eran traídos no por los Reyes Magos, como reza la tradición, sino que por el niño Jesús. Íbamos a dormir más temprano el 24 de Diciembre, para que los regalos llegaran rápido. No demoró mucho el que alguien se apresurara en contarnos la verdad. La decepción fue inmensa, no sólo porque creíamos que era el niño Jesús quien traía los juguetes, sino porque queríamos continuar creyendo eso. Nuestra infancia se acabó el día en que supimos esa verdad inútil. Luego dejaríamos de creer también que las cigüeñas traían a los bebés, y que las estrellas de mar son estrellas fugaces que saltan del firmamento para animar el silencio de los mares, donde las ostras viven cerradas y los peces mueren de soledad.El niño Jesús fue destronado, y en su lugar nos mandaron un viejo vestido de rojo, con larga barba blanca y la nariz roja de borracho. El nombre de este Viejo es Santa Claus, pero quedó conocido entre nosotros como Viejito Pascuero. Montado en un trineo lleno de juguetes importados, tirado por alces voladores. El usurpador rompió nuestra noche tropical bajo una fantástica tempestad de nieve. El nacimiento de Jesús se transformó en un negocio multinacional. La Navidad se convirtió en un mes de consumismo frenético, en que incorporamos a nuestras vidas una cultura de contrabando, que incluye nieve artificial, pavo relleno, frutas raras y ridículas canciones traducidas del inglés.La Noche Feliz se convirtió en una pesadilla. Los niños no logran dormir con una casa llena de borrachos persiguiendo a las mujeres, y con otros borrachos tendidos en el sofá del living. La noche de paz se transformó en una ocasión de encuentro de personas que apenas la aprovechan para poner al día gestos olvidados durante todo el año. Dar limosnas al mendigo que nadie nota, invitar a la cena a la vecina que quedó viuda o al tío esclerosado que nadie quiere tener cerca. Se convirtió en una noche de felicidad obligada, en la cual regalamos para ser regalados. Una noche para ser soportada, no más celebrada.Hasta los cristianos pasaron a celebrarlo de esa rara manera, como si desconociesen su verdadero significado original. Mucha gente incorporó la fiesta, no por creer en ella, sino que por el carrete, y otros porque insisten en torcer el rumbo de las cosas, hasta que nadie crea en nada más, y sigamos todos comprando y regalando sin motivo. A veces la fiesta termina en golpes y disparos, pero nadie se asusta. Como no se asusta cuando los niños, perdidos en la confusión, dicen que el Niño Jesús no nació en Belén, sino que en los Estados Unidos, donde nacen las personas importantes. Fuimos viviendo, o mejor dicho, empujando la vida, hundiéndonos en ese extraño letargo que nos impide recordar quiénes somos. Aprendimos a mentir y a engañarnos. Hasta el día siguiente, después de tanta obediencia ciega, en que fuimos despertados por aquellos aviones que parecían vivos, chocando contra dos torres allá en el norte, imbuidos de furia asesina, y las torres caen al son de un coro de voces distantes a decirnos cuánto ese mundo que inventamos es odiado. Cuando llega diciembre, sentimos nostalgia de aquellas navidades que nunca más fueron nuestras. Además, nos vamos a dormir más temprano ese día 24, pero ya no tenemos la seguridad de despertar vivos el día 25 para celebrar…. ¿qué cosa era, Dios mío?________________________________Marco LacerdaPeriodistaBrasil

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